Hoy, después de casi igual cantidad de años regresamos a uno de esos lugares donde íbamos a comer después de salir de clases: unos huaraches y quesadillas en la séptima sección de San Juan de Aragón, frente al mercado y en una placita que siempre ha existido. Y comimos como antes, mi hermana Irlanda, mi mamá Rebeca y yo.
Después para seguir con las cosas del pasado, fuimos donde mi papá compraba cuentos: esas historietas que me acompañaron en mi crecimiento, que forjaron mucho de lo que soy y mi mirada del mundo: El Libro Vaqueo, especial de Policías, El Solitario... sensacionales de ficheras, el de Lucha Libre, el Así Soy y Qué, el Hombres Ilustres; mi favorito el Pantera y alguno que otro Fantomas. Sí, soy hijo de las historietas mexicanas también como los cómics y los libros. una vicisitud de muchas cosas.
Y fue cuando sucedió lo que nos trajo ese recuerdo. La señora que atendía se acordaba de mi mamá y le dijo que se acordaba de mi papá. Que se acordaba cuando compraba los cuentos, que era muy buen cliente... Años enteros de eso y la señora se acordaba. Fue lindo escuchar eso y recordar que mucho de mi actual imaginario fue por lo que esa señora le vendía a mi papá y que yo leía bajo su permiso y hasta a escondidas.
El tiempo pasa pero los recuerdos y lo que hicimos queda en otros también.
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