13 junio 2011

Hielo Negro

Andrea Mijangos, judicial del DF, comparte algo con Lizzy Zubiaga, hija del Señor y ahora jefa del cártel de Constanza, que ni ellas mismas saben pero que pronto les hará colisionar en una trepidante búsqueda por la droga perfecta y la venganza por un amor. Algo así es lo que podemos decir de la nueva novela de BEF, ganadora del premio Grijalbo éste año (hasta me gustó para cintillo del libro, je)
En esta novela, y en palabras del autor, BEF retoma a su personaje de Lizzy de la novela Tiempo de alacranes, y le da un giro completo a lo que era en dicho libro haciéndola la heredera (que en el final de Tiempos de alacranes, ya funge tal cual) con todo el poder de decisión sobre el poderoso cártel de Constanza (como terminar los tratos con los colombianos, porque la coca es muy ninety) y la idea de crear una droga de laboratorio que te pusiera en órbita pero que redujera la empatía y el miedo: el hielo negro. Yo diría que hasta cierto punto es hipster.
Por otro lado tenemos a Andrea, una mujer grande y robusta pero bonita (gordibuena) que se desempeña como juda en el DF. Ha pasado por varias corporaciones: desde el ejercito hasta un pequeño grupo de combate anti asaltos bancarios. Al principio se investiga un extraño robo a una farmacéutica por parte de unos "gorilas" pero después, cuando su amante muere, tomará a cargo propio buscar al asesino; llegando así a investigar ciertas conexiones que al final la llevaran, como una casualidad, al rastro de Lizzy.
Hielo Negro es una novela que te atrapa desde el primer capítulo (como dicen que decía Raymond Chandler, cuento "canibalizado" que ya antes había aparecido en alguna antología) hasta las sinuosas casualidades que pueden sucederse sin que nadie se de cuenta. Con la rápida e intrigante escritura de BEF, el libro se te va hecho agua. No por nada ganó el premio...

El Diablo me obligó

Mi primera aproximación al mundo creado por Edgar Clement fue gracias a mi gran amigo David. Recuerdo que llevó alguna vez la novela gráfica de Operacion Bolivar parte uno. De ahí quedé atrapado con la historia, buscando encontrar la parte faltante para saber que pasaba. No fue sino hasta mucho después, cuando Caligrama sacó la reedición de la excelsa novela gráfica, que pude terminar de leer y sorprenderme más y más de esta apasionante historia y sobre todo de ese "universo" que se fue creando.
Años después, salió Kerubim, continuación del universo de Clement, y con la ahora adición de la karibumaquia: peleas entre ángeles, diablos, naguales, y qerubines. Sobre todo, se hace mención de unos seres llamados diableros...
Después de leer el libro El Diablo me obligó, y gracias a una respuesta de Edgar Clement, me entero que Paco Haghenbeck, junto con Clement y Pancho Ruizvelazco en algún momento del tiempo planearon la pelea entre diablos, y como bien dice Clement, de su parte salió Kerubim, de la Haghenbeck, El Diablo me obligó.
El libro nos cuenta la historia de Elvis Infante, un diablero que se encarga de capturar diablos, demonios y kerubines que encuentre. Al principio y en un tiempo, trabajó con el ejército de los Estados Unidos, en el cuerpo de diableros que fueron trasladados a Afganistan durante la guerra contra el régimen Taliban (sic.). Con la idea de capturar a viejos demonios, y en especial con la idea de su superior, el capitán Potocky, de capturar a Ahriman, el primer demonio conocido.
También se nos cuentan las historias y alusiones al Conclave, una organización que se encarga de organizar las peleas a nivel mundial de criaturas celestiales (caídas o no) en "El Hoyo" (un "hoyo" internacional y de altos vuelos internacionales).
La novela transcurre perfectamente, te deja la intriga entre que pasa con una linea del tiempo y con la otra. En mi muy particular caso, las reminiscencias de los libros de Clement (y de su página, Los Perros Salvajes). Muchas muchas chaquetas mentales de "qué pasaría si..." e incluso citas y presencias de personajes ya conocidos.
Si les gusta el universo que el Maese Clement ha levantado, es indispensable que lean este gran trabajo de Paco Haghenbeck.